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El fruto prohibido de Mozart

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Obra divertida, con enredos, confusiones, situaciones casi inverosímiles que en definitiva conforman una obra maestra del gran Mozart.

Salta, miércoles 20 de junio de 2012. Teatro Provincial. Ensayo General de la ópera de Wolfgang A. Mozart “Las Bodas de Fígaro”. Dirección Musical Maestro Jorge W. Lhez. Regie: Alberto Jauregui Lorda. Producción: Miguel Dallacaminá. Diseños. Escenográfico: Verónica Menéndez. Digitales: Tarciso Pirotta. Peluquería, Maquillaje y Escenografía: Sandra L. Cataldo. Maestros Internos: Yenny Delgado y Mario Capalbi. Sobretitulado: Javier Kamienski. Coreografía: Daniela Perez. Elenco: Figaro (Luciano Garay). Susanna; Jaquelina Livieri. Condesa de Almaviva: Graciela Oddone. Conde de Almaviva: Leonardo Estevez. Cherubino: Mariana Rewerski. Don Bartolo: Marcelo Oppedisano. Don Curzio: Fabian Mignani. Marcellina: Silvana Acosta. Don Basilio: Ricardo Rodríguez. Barbarina: Noelia Gareca. Damas: Victoria Cataldi Y Agustina Vidal. Coro de Cámara de la Ucasal. Coproducción entre el Mozarteum Argentino Filiales Salta y Jujuy. Secretaria de Cultura de Salta y Universidad Católica de Salta.

El título de estas líneas tiene que ver con una de las óperas más famosas del genial Mozart. Basada originalmente en una comedia de Beaumarchais y adaptada en su desenfadado estilo por Lorenzo Da Ponte, un aventurero escritor que no veía con buenos ojos el modo de vida de las cortes y sus libertinos integrantes, buscó el modo de desnudar esta situación a través de sus libretos que sirvieron de marco en algunas producciones musicales de Mozart y luego de Rossini. “Las Bodas de Fígaro” fue compuesta por el músico de Salzburgo entre 1785 y 1786. Se estrenó en Viena con una decena de presentaciones y se prohibió en Paris no por su moralidad, sino porque ponía al alcance del vulgo precisamente lo que los cortesanos querían mantener en el oculto: sus desbordes, que entre ellos parecían actos jocosos pero que en el pueblo generarían una pérdida del respeto hacia reyes, princesas, y demás miembros de esa casta que creía merecerlo. El argumento no es muy complejo aunque tal vez algunas circunstancias aparecen como forzadas para justificar las actitudes de los personajes pero, para la época, que contaba con la presencia de un compositor genial y lo suficientemente audaz como para desafiar el orden establecido, no dejaba de ser un atrevimiento, un fruto prohibido, un regalo para la llamada chusma en su afán de descubrir finalmente que la Corte no estaba integrada por dioses sino por gente como uno que solo tenían la ventaja del dinero y el poder a sus servicios mas desenfrenados.

“Las Bodas de Fígaro” , ópera cargada de equívocos y confusiones que hilados por un jocoso argumento, rompe un status mediante el cual la servidumbre se rebela ante la aristocracia, como obra tiene dos maravillas: la parte actoral que exige un histrionismo como no se ve a menudo y una música espléndida que comienza con la conocida obertura, miniatura musical plena de líneas melódicas y emotivos significados, para ingresar en el distinguido ámbito de las obras maestras de las comedias musicales.

Esta presentación, antes del estreno oficial en Salta, sirve no solo para ultimar ajustes sino para dejar definitivamente establecidos los parámetros dentro de los cuales el maestro Jorge Lhez vuelve a lucir sus conocidas dotes de conductor preciso, apasionado, concentrado, atento, detallista y estudioso de la partitura que tiene en sus manos y de cuya interpretación depende todo el andamiaje operístico. Es de agradecer su fina concepción sonora que lleva la ópera al terreno de la guía impecable sin bache alguno. Pero hay otros protagonistas. Los cantantes: lo mejor, el Conde y la Condesa de Almaviva. Dos voces fenomenales. El solo hecho de leer sus impecables antecedentes, sus profesores, sus trabajos artísticos, eximen de cualquier comentario. Oddone, antigua conocida de Salta y Estévez, son apellidos para no olvidar. Muy buenos, también, la pareja de enamorados Susana y Figaro, de canto noble pero sobre todo el hombre picaresco que pensó Da Ponte para este último. Susana por su parte está casi permanentemente en escena y finalizó su canto con frescura y limpieza. En los cuatro fue evidente la soltura, el desparpajo y la acción teatral de alto nivel. Se lució Cherubino en su aria “Voi che sapete” superando su primera frase de frágil afinación. Hubo momentos realmente mágicos en casi tres horas y media de música deliciosa, mas los recitativos muy bien dichos. Los comprimarios, con algunas debilidades, como el volumen de Don Basilio, que no fueron de peso como para oscurecer una excelente labor para un teatro, una ciudad, un lugar del país con poca tradición operística.

También fueron afortunados la irreprochable regie de Jauregui Lorda, la valiosa producción de Dallacaminá, un decorado elogiable en su diseño y ejecución. El sobretitulado de Kamienski de buen tamaño, con sus letras blancas sobre fondo oscuro y los precisos cambios que ayudaron a la comprensión total de la obra.

Fueron cuidadosos los responsables de los demás aspectos de la ópera. Es verdad, “Las Bodas…” es una prolongada partitura pero son de tal inventiva sus pasajes líricos, son tan atractivas sus líneas melódicas, sus combinaciones armónicas que se podría decir sin temor a equívocos que la atención no decae ni siquiera en sus repetidos textos. Quizás demasiado lujoso el dormitorio que el Conde cede a la pareja que se casaba –recuérdese que eran parte de la servidumbre- aunque seguramente el aristócrata imaginaba que Susana cedería a sus requerimientos, pero finalmente éste no protesta cuando la lección que se había preparado para este mujeriego personaje, se lleva a cabo. El final corresponde a una ópera buffa y se cierra con felicidad.

La orquesta también puso la calidad acostumbrada, desde la belleza de una obertura que tiene la particularidad de no mostrar en su contexto ningún pentagrama que vaya a usarse durante el transcurso de la música argumental, hasta el sabio acompañamiento de los protagonistas. Su coordinación fue precisa brindando un marco adecuado a la necesidad de los actores-cantantes. Obra divertida, con enredos, confusiones, situaciones casi inverosímiles que en definitiva conforman una obra maestra del gran Mozart.

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