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sábado, octubre 12, 2024

“Si puedes tú con Dios hablar…”, una crítica a “La penúltima oportunidad”

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Anclada en la poética del absurdismo, la obra te deja un hálito de esperanza acaso si fuiste una arpía cruel con los hombres o una competidora fatal con las mujeres o simplemente estás para contemplar una faceta de la condición humana. Tal vez te reconcilia con un costado fuertemente femenino y de resistencia contra esa mentalidad retro y antropocéntrica de colocar a “él” en el centro del mundo.

La obra escrita por Rafael Bruza se estrenó en Salta la noche del viernes 6 de marzo, en El Teatrino, a sala llena. El aplauso sostenido para La Negra Idiarte y La Quipi, protagonistas de esta comedia que nace del humor negro, toca lo esperpéntico y hace un giro por lo metafísico, dejó en claro la “aprobación” de los espectadores frente a una gran actuación y frente a una obra que propone cierto ordenamiento de un complejo universo de grandes paradojas.

Dos actrices encarnan a los espíritus de Marta (Cristina Idiarte) y de Juana (La Quipi). Ambas vivieron enfrentadas en vida por el amor de un hombre. Ahora y en el más allá, inician un profundo camino de aprendizaje, de autoconocimiento, de comprensión, de madurez. Dios les da la penultima oportunidad no solo de creer en él, sino de creer en ellas, de encontrarse con su interioridad y de aceptar y comprender lo infructuoso que ha sido depositar el sentido de sus vidas en un hombre.

¿Se trata acaso de la trascendencia?

La obra esboza respuestas, pero abre nuevas preguntas: ¿a dónde van las almas cuando mueren? ¿Se puede hablar con Dios?

Dios se humaniza en tanto los espectros se divinizan. En este sentido, se produce un desacartonamiento en la comunicación con Él.

El tiempo en la obra es un elemento que deja marcas. Consume. Deteriora. Pero al mismo tiempo, sana heridas y abre espacios a los pensamientos. Curiosamente, la autopercepcion del tiempo es lenta. Como si no pasara. Y de ese modo enlaza con el tiempo del espectador que siente esa misma sensación con la reiteración de las palabras y las acciones que evidencian ambos personajes, ahora espectros detenidos en el tiempo y a la espera. Cuasicómico y cuasitrágico a la vez, en un punto hasta anti existencialista pues es un tiempo post mortem. La recurrencia es un indicio que provoca tedio. El tiempo no perdona jamás, es inexorable.

Retomemos lo del aplauso. La Quipi, a pesar de que encarna a una mujer fuerte, su personaje se deshace en ingenuidad y nos sorprende con su ternura. Cristina, quien compone a una mujer que fue audaz, ahora siente miedo y tiene dudas, aquella mujer frívola del pasado retorna en un espíritu pleno de cavilaciones; como si el tiempo operarse en ellas acelerando las certezas que antes solo eran espejismos. Dos mujeres enredadas en peleas inútiles se observan en la oscuridad de un cementerio donde podrían quedarse eternamente, como si fuese posible vivir en el sinsentido de la muerte. ¿Cómo hallar el sentido de la muerte? Es un interrogante que se responde a medias. Y la ecuación se invierte: no depende de cómo viviste sino de cómo vivís tu muerte. La vida en la muerte.

Bruza desafía aquel planteo de Milán Kundera: “El hombre nunca puede saber qué debe querer, porque vive sólo una vida y no tiene modo de compararla con sus vidas precedentes ni de enmendarla en sus vidas posteriores”. En esta pieza teatral, pasa todo lo contrario. Bruza instala la reflexión sobre las consecuencias de una relación nefasta y el peligro de armar una vida en función del otro.

¿Y si vivir inútilmente es lo mismo que estar muertos? La idea de una vida después de la muerte surge sí más como un planteo filosófico que bíblico. Es casi como una lógica invertida que se propone como antítesis. Todavía hay una oportunidad, aún después…

Si bien el efecto en los espectros tiene otro impacto lo de la “oportunidad”, y asistimos a una especie de final “sorprendente”, en los espectadores posibilita la visión a la inversa: no debo esperar morir para abrir los ojos sobre lo que debo hacer, cómo no tengo que ser y cuáles son mis prioridades.

Actuaciones impecables de una dupla que produce una fusión química perfecta. Te emocionarán con sus fantasmales ocurrencias y la vívida chispa del humor que ambas actrices saben manejar. Desde este punto de vista, vale la pena ver más allá…

Con un aire dulce sobre la levedad del ser, el trasfondo de la obra va mucho más lejos que el replanteo sobre dos mujeres que mueren por amor al mismo hombre. Se trata de un hallazgo que sin lugar a dudas, pasa por cada tipo de espectador en el que resuene esa penúltima oportunidad.

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